jueves, 30 de octubre de 2008

Últimas horas de espera

Ya han pasado varios años desde la escritura de este libro. ¿Que cuándo comenzó? ¿Cómo saberlo? Las palabras y las cosas (como el libro de Foucault) se fueron guardando jornada a jornada, escribiendo párrafos a ratos sin pensarlos mucho en San Luis Potosí, en Londres, París, Norwich, Cromer, Colchester, el DF, en Celaya, al caminar en Cambridge y en Guadalajara, se guardaron de a poco como borradores en la mente. Durante un año y medio lo tecleé y corregí, y cuando parecía terminado, cuando la alegre diseñadora tuvo en sus manos el texto para armar el libro y lo armó, todo cambió.
Ya me había dicho hace más de cinco años el poeta jalisciense, el amigo Ricardo Yánez: "Yo no sé de narrativa casi nada, pero lo que sí te puedo asegurar es que debes ser severo al momento de corregir y, si no, deberás ser severo contigo, con tu texto, al entregarlo a prensa". Y eso sucedió, tarde pero a tiempo, todo, menos la esencia, el espíritu del libro, cambió.
Ahora no depende de mí otra cosa que esperar estas últimas horas en que la coedición del CANTE y CENART llevarán el texto a la prensa (suena como llevar a un hombre al cadalzo, para "relajarlo", para "hacerlo cuartos", en la jerga española para la Santa Inquisición); y luego, en cajas, apilados, saldrá el tiraje de la imprenta.
Un libro no es un hijo, satisface, pero no es tanto; sin embargo, ha de darsele la seriedad a la escritura, a la corrección y a las reescrituras necesarias. Confío en haber hecho todo lo que estuvo en mis manos; las molestias para la editorial, si hay una próxima vez, se las ahorraré, eso lo prometo. Pero esta vez fue necesario; cómo no corregir una vez más este libro si años antes, en febrero de 2004, en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, en el pasillo, se detuvo el viejito, con su rostro de sabia tortuga, don José Saramago, y dijo mirándome, sosteniendo mi mano: "Mira, mi consejo más grande es no tener prisa, no desesperar por publicar, y a escribir y corregir", están sus palabras bien claras en mi mente, la textura y la sensación de sus manos, su mirada con párpados cansados, su aliento. Eso hice, a destiempo pero lo hice, a pesar de saber que corría el riesgo de que el editor desistiera de publicarlo si no se iba a prensa como lo tenía él, ya listo.
Ahora, la crítica criticará, eso espero, y la historia ¿me absolverá...? en el olvido, aunque eso poco importa.
Recuerdo en este momento, cuando son las últimas horas antes de ver impreso el libro, recuerdo la absurda dimensión de mi obra y de las obras ajenas, grandes o ínfimas obras propias y ajenas; traigo acá la postura de Woody Allen sobre la obra literaria, plasmada en uno de sus gratos cuentos, cuando afirma que tanto sus libros como los de William Shakespeare serán lo mismo cuando este mundo entero estalle y todo sea polvo cósmico.
Agradeceré al editor y a los lectores su cercanía, su aprecio y desprecio por lo que el libro porta, por hacer que el texto exista cuando sus ojos se gasten al recrear en cada lectura nuestro texto, el texto que coescribimos cada que, tras alguna seducción, se abra de páginas. Ahora sé, lo "recuervo", que no pasa nada.
Dice gracias Gerardo Cruz-Grunerth, a veces Mr Lluvia Oblicua