viernes, 18 de julio de 2008

Cartas (uno)

Melvina:
¿A quién le importa el descascarado ojo de una loca que jamás ha probado un chicle de cereza?, ayer me preguntó Josué cuando intenté explicar las rutas de búsqueda; tarde o temprano te encuentro. Estoy esperando el hallazgo esta noche, a estas horas no hay en el botiquín del baño ni en el cesto de la basura una aguja con amorosa sangre reseca en sus paredes interiores que nos una. Así, tan lejos, te veo mientras degüellas con tus uñas mi puente filigrana. La sangre negra se dispersa apenas cuando he cerrado los ojos y soñado que te tengo dentro, y sin más, me tienes dentro y me andas al interior de las venas. Así sabemos quiénes somos, perras, perros, gatas y gatos pardos aullando de noche cuando las sábanas han caído al suelo. Ahora, yo sólo tengo otras penas, no tú, Melvina. Tengo fobias febriles a los empaques de celofán que no me dejan hojear las de las revistas de pornografía, a los burócratas del arte nacional, a los payasos, a la cursilería barata que escribimos por tres pesos para la masa, para la grasa del cuerpo, para las ratas del basurero; tengo rabia a quienes sacrificarían por traidores a la patria a todo zapatista, los imbéciles que castrarían al Sup y a Tacho de encontrarlos en el metro La Raza, y al cheque que rebota en las ventanilla del banco; a los cigarrillos que se rompen y al vino de anoche se terminó; a ello. A la gente que toca la puerta o llama al teléfono cuando estoy escribiendo. Tormento: quedarse sin agua caliente para el baño un día a menos cinco grados. A parte de eso, lo demás sólo es cuestión de seguir, seguir como escarabajo llevando su mierda a cuestas, hasta siempre, condenándonos a luchar la guerra que siempre otros nos ganan, a dejar ir las inevitables lágrimas por las mejillas caídas por el encuentro que pudo haber iluminado un sendero hasta tu alcoba, pero no iluminó más que un cigarrillo mojado por la llovizna de París. Mientras tanto, escribo y con esta tinta estamos así, dentro, seguimos en tú, en yo, siendo tu yo, cuando me rodean tus piernas y me llenas con tu lengua, inundando con saliva las cuencas de mis ojos. Te veré fuera de mí, pensaré con esta distancia que nunca es tarde para dejar en tu piel marcadas mis manos desde esta otra galaxia, gastando el remedio a la lejanía en esta telaraña de palabras amorosas que ya no te rasguñan los senos cuando frotas mis carta sobre ti. Escribo estas navajas, Melvina, que son sólo son el hervidero de tinta en mi bolígrafo, que intentan alcanzarte por dentro esta noche.

jueves, 3 de julio de 2008

Anteojos para ver la simplicidad del mundo


Jacques Derrida, con sus libros, ha dejado frente a mí anteojos nuevos para ver el mundo, las letras, la vida, para mirar fuera de foco sin más remedio que forzar la vista y enfocar otra vez... lo que se ve así es dulce y sorpresivo.