martes, 14 de junio de 2011

Para una Tela de araña


Esta es una Tela de araña que se teje desde un punto que se encuentra en un pasado lejano, no es el pasado de los 70, sino uno que habita en el tiempo de mi lectura de Bestiario (1951), Las armas secretas (1959) y Final del juego (1962), todas obras de Julio Cortázar. Si bien Rayuela (1963) fue un movimiento en los cimientos de lo que para mí era la literatura, antes ya la lectura de los cuentos había sido un resquebrajamiento de dichos soportes de qué leer y lo que significaba leer, de lo que se leía al leer. 
        Fui un lector tardío de Cortázar, primero hurté libros de Robert Artl (Los siete locos y El juguete rabioso) y me regalaron un ejemplar de cuentos de Jorge Luis Borges porque su propietario no lograba entenderle gran cosa (Ficciones); pero a Cortázar llegué tarde, al igual que a la obra del filósofo francoargelino Jacques Derrida (que ¿cómo se puede llegar tarde a un libro?, no lo sé). En cualquier caso, llegar tarde es lo de menos, lo importante ha sido que ambos arribos tardíos han ofrecido un punto distinto para mirar el mundo, y no sólo a la literatura. Ambos autores, en sus letras, ofrecen algo más que lo que aparentan portar, nos proveen de anteojos para mirar la simplicidad del mundo, anteojos nuevos para ver las letras, la vida, para mirar fuera de foco sin más remedio que forzar la vista y enfocar otra vez... lo que se ve así es dulce y sorpresivo: unos Anteojos para la abstracción, como el título del libro de Samperio.
        Para mi maestro (o ex maestro, pues él afirma que ha dejado de serlo cuando he tomado mi camino lejos de sus alcances, con la publicación del Últimas horas (fe de erratas) (Cante-Cenart, 2008)), para Guillermo Samperio la figura de Julo Cortázar se le complementa con la de otros dos Julios: Torri y Verne; para mí, lector amante de De fusilamientos y De la tierra a la luna, los otros dos Julios quedan ligeramente atrás en importancia. 

        En mis años de pensamiento político (no es que haya dejado de tener ese pensamiento, sino que ya sólo lo continúo y lo reconfiguro), la aparición de Cortázar estuvo presente junto a la lectura de Ernesto Guevara en el Diario del Che en Bolvia (1968) y Nicaragua, tan violentamente dulce (1983). Ambas posturas sobre la Latinoamérica de décadas atrás hablaban de condiciones similares de pobreza y marginación que hasta hoy se mantienen, ahora usamos otros términos y las vemos a través de la web, pero la pobreza y la miseria siguen ahí como una realidad (¿violentamente dulce?) que sigue doliendo. Esta acción política de Julio, así como la registrada en su participación en los Tribunales Russell, y otras que Julio mantenía en su vida compartiéndola con su labor de escritor de ficción, es la que he querido visitar en Tela de araña (Ficticia 2011), aunque sin olvidar la belleza y dulzura oblicua de su ficción y su poesía.
        Por otra parte, tengo que decir que, de alguna manera, escribir es recuperar lo que no está perdido pero que parece perdido, o se puede pensar como perdido. Así, escribir permite recuperar al Julio político, al Julio escritor, que está ausente en el libro, recuperarlo con su ausencia. 

        Adicionalmente a esto, la escritura también es una recuperación en otro espacio. He dedicado estos últimos años a las letras, ya no en acciones públicas: revistas, lecturas, festivales y esas cosas. He abandonado el mundillo de la literatura de mi pueblo y en este otro pueblo que me ha recibido y abrazado, para procurar estar a solas con las letras. Ahora, ante esa ausencia, aquí está lo que se recupera, como la salud, como el trabajo, como la cordura, la seguridad y la fuerza, como el control; ahora que estuve lejos, he recuperado las letras que forman una tela de araña, misma que necesité reescribir tres veces más, y esta que tendrá ante sus ojos el lector es la cuarta (si es que no olvido una vieja versión desechada). 
        Recuperé la visibilidad de estas letras y estas historias, que no deambularán fantasmagóricas mientras cruzan el África en una noche desde Madagascar al Estrecho de Gibraltar, gracias a los esfuerzos de los editores. Éstas letras lograrán estar sobre las mesas de novedades en las librerías por algunas semanas y después en los estantes de ciudades donde no conocen este nombre, el mío, ni la historia en sus páginas, que es en todas las ciudades. En esos espacios, el libro que aguarda por ser abierto y puesto en funcionamiento necesitará que alguien le dé la oportunidad de ser abierto y así aparezca la vida del mundo donde Ariadna, Jacques el mesero y los Julios habitan.
        El lector podrá andar con los personajes por un París al que rindo mi gratitud, por haber sido el escenario en el que gasté las suelas de mis zapatos, como Ariadna; incluso, donde fui lo mismo que Ariadna, y busqué a Cortázar con una Rayuela en la mente, por los puentes, calles, museos y estaciones de tren y del metro, recreando los encuentros de Horacio y La Maga al leer la placa con el nombre de una calle que aparece en la novela; tomé un café donde el mesero dijo que Julio tomaba el café, platiqué con una ausencia pero con su presencia; imaginé que llegaría por esa puerta, pero yo fui una Ariadna que llegó tarde, y todo lo imposibilitó esta tardanza. En el Cementerio de Montparnasse encontré una tumba repleta de piedras y notas dejadas por los visitantes, una lápida con los nombres de Cortázar y Carol Dunlop, y una flor, porque "un cronopio es una flor, dos son un jardín". También fui una Ariadna cuando llamaba desde una caseta telefónica para que llegara el momento de arribar por primera vez al Centro Cultural Mexicano y encontrar a Jorge Volpi, en un París donde fui individualmente feliz en 2003. 

        Espero que estas pocas páginas otorguen una grata postal de esa ciudad, el sitio en el que supe, parado junto al Sena, tras leer la Prosa del observatorio (1972), que era momento de arrojarme al río de letras, aunque eso costara la vida, sin saber que me aguardaba, al contrario, la vida, esa que tejemos y nos atrapa en su tela de araña. La trampa de la araña, como la de las letras, atrapa, pero también libera.