miércoles, 30 de abril de 2008

La fuerza de la ignoracia en "Los de abajo"

Mariano Azuela nos presenta en su novela Los de abajo un ángulo no tratado en los libros de texto y en la historia sobre el conflicto armado de inicios del siglo XX en México, la Revolución Mexicana. Lo hace dando voz a las partes más bajas en la estructura revolucionaria, es decir, los campesinos pacíficos que se enrolan en “la causa” por motivos accesorios, los pobladores de los ranchos y sus mujeres, que soportan o mejor, sostienen desde sus funciones de cocineras y curanderas a las pequeñas (en este caso) o grandes tropas de la celula revolucionaria.
No es sólo este tipo de personajes el que participa, el propio de las inmediaciones de Juchipila, sino que también, y compartiendo la carga de principal con el protagonista Demetrio Macías, aparece un personaje que evoca a lo citadino, es, por muchas razones, una figura que se contrapone a Demetrio, aunque en un primer momento intente este personaje, Luis Cervantes, asemejarse a el líder, pues cree comulgar con “la causa”.
De esta manera, Mariano Azuela nos presenta dos espacios que se oponen, con todo lo que a ellos les compete. Por un lado nos es revelado desde las primeras páginas el protagonista Demetrio Macías, que es un campesino que trata de sobrevivir a las represalias del cacique quien pretende eliminarlo, consiguiendo lo contrario, que se alce contra los federales. Demetrio representa así a uno de estos mexicanos de pueblo que, por razones periféricas al conflicto revolucionario, se anexan y combaten contra los federales; es ignorante para los
ojos de Luis Cervantes, pero posee la inteligencia del hombre de la sierra, y la ferocidad para hacer frente a los federales, organizar a una célula revolucionaria y causar bajas al enemigo. Demetrio es un líder.
Luis Cervantes será la “intelectualidad” que todo cuestiona y se cuestiona a sí mismo, contrario a Demetrio. Por ello hace caer en cuenta a Demetrio, al caer al también en cuenta, que no hay claridad en “la causa” que persiguen. Nadie sabe qué cosa se supone que es lo que justifica que ellos, en la sierra zacatecana, se mantengan atacando a los federales. Luis Cervantes, en su intelectualidad, razona los motivos de la revolución, pero ve en el escenario que los motivos de un grupo social opuesto al grupo que detenta el poder no se encuentran ahí. Lo mismo pasa
con las mujeres que sostienen la célula, pues se han visto agredidas, en su individualidad, por el paso de los federales, al robarles a sus hijas, por ejemplo.
Cervantes cuestiona repetidas veces, tanto a Demetrio como a los demás integrantes de la célula, de los motivos para mantenerse en el conflicto. El lector puede, desde fuera de el marco de la novela, con el marco que el lector cuenta, mirar por arriba de ellos, gracias a la poca intromisión del narrador, y comprender que todos, incluido Cervantes, no persiguen el espíritu revolucionario, no se ve un aspecto polìtico directo. Este es el eje, el ángulo de Mariano Azuela. Nadie sabe qué cosa es la revolución pero todos son revolucionarios. Y, si la novela cobra fuerza es porque cada ciertas páginas las palabras del autor, las situaciones a las que enfrentan los personajes van incidiendo sobre este punto, van dándole fuerza hasta la última página, hasta el desenlace de la obra, donde nada se desenlaza, sino que todo, como un nudo, se tensa hasta que corta cualquier posibilidad, cuando Azuela Escribe bellamente: “El enemigo, escondido a millaradas, desgrana sus ametralladoras y los hombres de Demetrio caen como espigas cortadas por la hoz”.
Demetrio ha de pensarse, para sí, como personaje (sin pensarlo) como un héroe, un líder, es más, sale de su pueblo y al final de la novela regresa a El Limón por lo que alguna vez dejó, como un Odiseo que vuelve luego del mar, después de largo tiempo y aventuras peligrosas, para encontrarse con su Penélope de Juchipila. “Demetrio, pasmado, veía a su mujer envejecida, como si diez o veinte años hubieran transcurrido ya”.
El tiempo pasó y la miseria, el deterioro, fue destruyéndolo todo mientras los esfuerzos se enfocaban en algo parecido a una revolución. Por una parte, Luis Cervantes se apartó de “la causa” y escribe a Venancio, ya desde El Paso, Texas, el 16 de mayo de 1915, que, la realidad en la que vive, lejana a la de Venancio y los demás integrantes de la célula revolucionaria, le ha traído los resultados que esperaba. Lo que ha pasado con el personaje es que ha retomado su camino, el de la educación en la universidad, quizá su camino como periodista, de ello no se
habla. Pero la afirmación que se hace de forma implícita es que Luis Cervantes dejó en suspenso su vida, sus objetivos, se unió a “la causa” revolucionaria, luego de ver la flaqueza de “la causa” (que no la entrega de la vida de los “revolucionarios por ella”), se aparta y retoma sus objetivos. Esto es lo que nos dice a Venancio (que es el narratario de la carta) y a nosotros lectores. Que resultará ser la gran moraleja de la novela, porque es parte de las estructuras
sociales a las que pertenece en la realidad el autor real, que es desde donde y de lo que puede hablar el autor implícito y el narrador.
Por su parte, Demetrio ha vuelto a El Limón, y a su paso de vuelta para encontrarse con su esposa ha visto lo mismo en todos los lugares. Es, este párrafo, la confirmación de la visión que se provee al lector: el México que ha quedado por la ignorancia y la confrontación bélica. Y este espacio se repetía por cuanto pueblo habían pasado Demetrio y sus seguidores.:
“Se acordaron que hacía ya un año de la toma de Zacatecas. Y todos se pusieron más tristes todavía. Igual a los otos pueblos que venían recorriendo desde Tepic, pasando por Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, Juchipila era una ruina. La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas cerradas; y una que otra tienda que permanecía abierta era como por sarcasmo, para mostrar sus desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por todos los caminos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente, en llama luminosa de sus ojos que, cuando se detenían sobre un soldado, quemaban con el fuego de la maldición”.
En el final, podemos ver a un Luis Cervantes que piensa y sugiere a Venancio en negociar, disfrutar, obtener carácter, hacerse rico, en fin, triunfar al cumplir sus objetivos, pero lejos de la “revoluciòn”. En contra parte, todo en Juchipila se ha apretado cada vez más, las sogas vuelven a jalar a Demetrio y a los suyos a la línea de fuego, a la concentración de acciones que soporten “la causa”. Ya no está Luis Cervantes para generar la gran interrogante que no pueden ni quieren responder Demetrio y los suyos, pero está la mujer de Demetrio para formularla: “¡Ora sí, bendito sea Dios que ya veniste!... ¡Ya nunca nos dejarás! ¿Verdad? ¿Verdad que ya te vas a quedar con nosotros? (...) ¡Demetrio, por Dios... ¡Ya no te vayas! (...) ¿Por qué pelean ya, Demetrio?”. Y Demetrio lanza una piedra al cañón, rueda al fondo y dice: “Mira esa piedra cómo ya no se para...”
Esto ha sido lo que la célula de campesinos que luchan por “la causa” ha encontrado, a ello me refería párrafos arriba cuando mencionaba que en el desenlace nada podría desenlazarse, sino lo contrario, reunir la fuerza necesaria, atar más a los hombres a una situación sin-razón para que la inercia los llevara a su fin, la miseria, la ignorancia y la muerte, que, considero, es el espíritu de la obra. Todo ha sujetado a Demetrio como a un animal sin voluntad, como a una
roca que rueda cada vez más abajo rumbo al fondo del cañón, para que Demetrio “con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil...” como una maldición, como un hombre al que su precariedad le impide escapar a su destino.